Es sábado por la mañana. Un top de biquini metalizado y falda de tablas de piel llaman nuestra atención en el vagón del AVE de Madrid a Lleida. Dos coletas con trenzas, pegatinas metalizadas en la cara, botas negras de suela track con plataforma y un abanico en la mano. La pareja que está sentada en diagonal a nosotras nos mira y asiente: “Seguro que van al festival”. “¿Vosotros también vais a Monegros?”, pregunto. “Sí, sí. Se hace un poco duro”, comentan, después del desfile de viajeros con gafas de cristales de colores reflectantes estilo ciclista, buckets hats con cordones atados al pecho, riñoneras, multitud de accesorios y complementos llamativos. Ellos se cambian de ropa en el tren también. Cada festival tiene su dress code, y el de Monegros Desert Festival es uno de los más impresionantes.
A quién va a uno de los mejores festivales del mundo en un desierto se le distingue. Es así. Pensemos en el Burning Man (Estados Unidos), en el Africa Burn (Suráfrica), o el otro sello patrio menos conocido que también se celebra en Monegros, el Nowhere. Los desiertos están tomando la delantera como escenarios de música y no sorprende. Cuentan con una capacidad abismal, su nivel de libertad y privacidad sería difícil de lograr en otras ubicaciones, y, sí, digámoslo, ofrecen paisajes impresionantes y únicos, creando un ambiente visualmente espectacular que es muy diferente y difícil de conseguir en los entornos urbanos o rurales típicos.
El de Monegros es un festival muy diferente. Hara Amorós
No son solo espejismos
En ellos todo impacta tanto que parece un espejismo. Claro que relacionar los espejismos con los desiertos es algo manido, pero allí se habita la sensación de escapismo constantemente, solo hay una diferencia: no se trata de una ilusión óptica, toda esa impresionante escenografía es real. Incluso el Airbus A380 del Monegros Desert Festival, uno de sus escenarios más especiales.
Es la primera vez que vamos a Monegros; al festival, y al desierto. En cualquier primera vez siempre hay un ritual de preparación, unos nervios previos que buscan manejar –como si se pudiera, como si existiera incluso la opción–cierta expectativa… la nuestra (spoiler: Monegros Desert Festival la supera).
Decía Hannah Jane Parkinson, en La alegría de las pequeñas cosas (Círculo de Tiza, 2022), que el techno posee un ingrediente físico que otros géneros musicales no tienen. “Ese vibrar de la caja torácica, el ritmo retumbándote en el pecho, como si tuvieras el corazón más alocado y potente del mundo. No hay lugar para los malos pensamientos, las dudas o las preocupaciones cuando se bombardea a los sentidos”. No le faltaba razón. Como apenas hay letras que cantar, cualquier amenaza de nuestra cabeza desvía su dirección. Pero la “mayor R.A.V.E de Europa” no solo vive de techno, también suena a hip-hop, drum and bass, o, como novedad este año, psy trance, entre otros géneros.
Desierto, música y fuego. Hara Amorós
El más grande y desértico de Europa
Llegamos a Monegros. La zona, entre Huesca y Zaragoza, comprende casi tres mil kilómetros cuadrados de paisaje estepario, y es considerada la zona más grande y desértica de Europa. Recuerdo que Marisa Fatás lleva años viviendo aquí. Ahora que lo tengo delante, pensar en ello me sorprende incluso más. Nos conocimos en 2018 en Madrid, donde vivíamos ambas, hasta que, después del confinamiento, se mudó a Los Monegros: “Fue en un levantamiento del cierre perimetral cuando le propuse a mi pareja hacer una escapada para conocer una casa que mi madre tenía en un pueblito de Los Monegros. Cuando llegamos estaba rodeada de maleza, incluso las ramas de los árboles se habían colado dentro de las ventanas. Sin pensarlo mucho nos pusimos a limpiarla y acomodarla. Ya no nos movimos de allí, salvo para terminar el contrato de alquiler del piso de Madrid y traernos aquí todas nuestras cosas”.
No tuvo que ser fácil. Donde ahora veo imponentes y coloridos escenarios, no suele haber nada que parezca habitable. En otras zonas alberga algún pueblo, varias viviendas. Pero en ese “nada” hay cierto atractivo. La dicotomía entre el vacío, y el todo. Basta con observar el horizonte desde el coche que nos traslada al festival, y con atender a lo que Marisa cuenta. El día a día allí lo pasa teletrabajando, leyendo, descansando… y aprovechando el fin de semana para viajar a la ciudad o hacer alguna escapada al Pirineo aragonés: “La casa, de más de 300 años, desprende una energía increíble. Tenemos un jardín lleno de flores, gatos y algún zorro que nos visita. Es lo que más disfrutamos. En el desierto la vida es tranquila, también solitaria”.
Música para el cuerpo y el alma. @tonivillen
Todo bajo control
La tranquilidad no es, precisamente, un atributo que encontramos después. Continuamos el camino hasta Fraga, donde se asienta el festival. Si dicen que lo importante es que hablen de ti, sea bien o mal, para Monegros Desert Festival parece que la segunda opción no existe. Como cualquier festival, ha vivido sus altibajos, pero este 2024 ha empeñado todos sus esfuerzos en convencernos de que no puede haber un solo rumor que perjudique cualquier vértice de su puesta en escena. Nos convence con actos. Vaya si nos convence. Para empezar, porque cuenta con colaboraciones de esas que dejan sin respiración. Su exclusivo Black works, o, su primera unión con el Awakenings, son tan solo algunos ejemplos. El refuerzo de puntos de recarga de agua es otro, así como el número de camareros y personas de la organización que encontramos cada vez que necesitamos que alguien nos eche un cable. Todo allí va rápido: el servicio, la música y, desgraciadamente, también el tiempo.
La Pinada emerge en esta edición como el lugar al que ir de vez en cuando, descansar los pies y reservar fuerzas para llegar al broche final. Este desierto no es solo arena, en él hay formaciones rocosas y árboles de grandes dimensiones. Lo vemos en este espacio de 2.500 metros cuadrados a la sombra que ha acomodado la organización del festival con almohadones para descansar (o dormir entre actuación y actuación). También presenta un escenario para todo el que quiera seguir bailando. Por allí la gente viene y va, porque que sea el único punto del festival sin barra no es casualidad.
La familia Arnau. Toni Villen
Que no pare la fiesta
El primer objetivo nada más llegar está claro. Hacer el tour, memorizar cada rincón del espacio que comprende los 12 escenarios que tiene esta 31ª edición, y establecer un punto de encuentro en caso de que nos perdamos (como vemos en uno de los asistentes, también parece buena idea vestirse de ¿Dónde está Wally? La imaginación no tiene límites, y en Monegros Desert Festival la creatividad es una constante).
Andrés Campo ha sido el encargado de inaugurar el sábado en la zona de elrow. Lo ha hecho en la primera de sus tres actuaciones de la programación. “Actué a las 14 horas, luego vuelvo a las 8:15 horas mañana, y a las 12 horas subo de nuevo”, nos comenta luego cuando estamos con él en una de las zonas del VIP, incrementando nuestras ganas de quedarnos hasta el cierre.
No hemos llegado a tiempo a la apertura de puertas, por lo que lo primero con lo que nos topamos al entrar es con el enorme escenario Sound System Temple, donde, entre un gran despliegue de altavoces de los años 90, K1za salta haciendo mover a los que ya han terminado su jornada de “parquineo”. Poca broma: marcas como L-Acoustic, Clair Brothers, Void y Funktion One, o Adamson, aprovechan el festival para mostrar sus últimas novedades y su estremecedor potencial de sonido.
La magia del desierto. Toni Villen
Carmen (el nombre de la rapera que da lugar a K1za) es puro arte. Por dentro, y como demuestran sus tatuajes, también por fuera. Sorprende su cercanía. Ella y su equipo son amables, pasamos un rato juntos. Nos cuentan, mientras bebemos unas cervezas en unas mesas que hemos juntado tras un rato de charla a distancia, que a las cinco de la mañana salieron de Madrid para venirse al desierto. Y parece que el palizón mereció la pena. Mientras actúa, y a pesar de lo temprano que es, a sus pies no hay ni un solo hueco en la sombra.
Desde allí, a un lado está el escenario de Techno Cathedral, al otro el Industry City, a donde, nos aconsejan entrar a las 20 horas, porque “aquí encontraréis todas las especies humanas”. Cómo no ir. Tras bailar bajo el mando de la británica Yasmin animando la guarida groove de El Corral, llegamos allí y se produce la magia. Porque el techno es el único género músical en el que bailas solo, pero nunca estás solo, siempre estás en grupo. Es mentira lo de que no existe el contacto humano, hay mucho más del que cualquiera pueda imaginar. La música conecta corazones, y no hay algo que sea más humano que eso. Encontramos almas con quienes compartimos memorias que elevaron la experiencia, esa comunidad que solo este arte es capaz de formar. Porque, aunque pareciera ser tan solo por una noche… La anécdota es, sin duda, para toda la vida.
El techno es el único género musical en el que bailas solo, pero nunca estás solo
Atardece y el cielo se divisa de un naranja rosado precioso, a pesar de las nubes que hay este año. Vamos a Natos y Waor, y al llegar suena Sudores Fríos. “El vaso medio vacío, el show lleno”, cantamos junto al dúo como si estuviéramos describiendo el momento. Después, pasamos por varios otros artistas y nos quedamos prendados ante el espectáculo lumínico de los mastodónticos escenarios. No es para menos, artistas de video mapping de todo el mundo han venido para mostrar sus audiovisuales en 16 proyectores de 50 mil lúmenes distribuidos por diferentes zonas y etapas del festival.