Monegros Desert Festival, o el arte de hacer bailar a la gente en la arena

Diario del Alto Aragón

Aunque suene raro, para empezar a hablar del Monegros Desert Festival, hay que hacerlo del Florida 135. Sus historias se entrecruzan y se alimentan desde que a mitad de los años 80 Juan Arnau lo adaptara en club para música house porque “era lo más disruptivo en aquel entonces”. “Fue un fracaso”, relata 40 años después a este periódico. Un fracaso a medias, más bien. En aquel entonces empezaban a llegar cosas interesantes de Chicago e Ibiza empezaba a ser efervescente, pero aún era todo muy desconocido para el público general.


Durante los primeros años perdieron mucho dinero. Trajeron a la sala a dj's como Junior Vasquez, aunque como explica Arnau: “Estamos hablando de un tiempo en el que nadie sabía qué era un disc-jockey ni la música house”. Estuvieron alrededor de cinco años probando cosas, buscando un lenguaje nuevo para una clientela que aún no existía. Ya en los años 90 les cayó un folleto, a él y a su mujer, Mari Cruz, que apenas entendieron sobre lo que en aquellos tiempos era una ‘rave’ y lo que ahora entendemos por un festival. “Se hacía en Toulouse, en unas fábricas abandonadas”, recuerda. Allí se encontraron con una escena que era demasiado nueva y que estaban más adelantados, “incluso que la de Chicago”. Empezaron a ir por toda Europa para acudir a espacios donde se pinchaba techno. “Era muy marciano”, ríe mientras lo recuerda. Recayeron en el Tresor de Berlín, uno de los templos de la escena berlinesa, y allí conocieron a Jeff Mills y a Mike Banks. Siguieron, en una rave en un bosque a las afueras de Mánchester, su mujer le propuso: “Igual esto lo podíamos hacer en Fraga”.


Éramos unos completos desconocidos. Estábamos en un ambiente rural en el que la música techno, house y electrónica no tenía una clientela”, explica. Durante aquellos años, recuerda una de las fiestas que hicieron en el Florida: la Soviet Music Fest. “Era de hard house. A la salida les repartíamos un pasaporte donde les invitábamos a una fiesta en una finca a 12 kilómetros”. Se reunieron 250 personas. De aquella mañana Arnau recuerda la arena y cómo tuvo que tirar unos tocadiscos Lenco por la cantidad de polvo que se metió en ellos. “Subimos un pequeño transformador de electricidad y un par de altavoces”. Esa fiesta la hicieron en el mismo sitio donde él de pequeño pasaba mucho tiempo con sus bisabuelos. “Para mí tenía un doble sentido: recordar mi infancia y recordar a Josep Satorres, quien montó una pequeña taberna que se convirtió en un café-casino en Fraga”. Allí, en la partida de Las Menorcas monegrinas, se celebró en aquel julio del 1992 una rave que creó la cultura musical y que hoy es uno de los mayores festivales de música electrónica celebrado en España de un solo día de duración.


La primera edición se llamó Monegros Party. Luego pasó a ser Monegros Desert Rave, Groove Parade y, ya en el siglo XXI, Festival de Monegros y Monegros Desert Festival. Aunque crecieron rápido, “no fue un camino de rosas”. “Este tipo de eventos son más costosos de hacer en Monegros que en Barcelona, por infraestructuras, seguridad...”. El punto de inflexión llegó alrededor del quinto año, cuando se colapsó la carretera nacional. “Salvando las distancias, pero fue como Woodstock en 1969: el salto de la popularidad de los Monegros”. No hubo quejas. La gente montó un festival paralelo. “Recuerdo que con mi mujer decidimos ir caravana por caravana a disculparnos, y la gente no entendía nada: estaban de fiesta. Fue muy natural, les salió del alma”.


Ese momento supuso el salto de una fiesta familiar a un festival con todas las letras. Con ayuda de Sónar empezaron a profesionalizarlo: permisos, seguridad, organización. “Perdió un poco el encanto natural de la rave, pero no quedaba más remedio. No podíamos crecer sin garantías ni sin permisos administrativos. La esencia se fue transformando en algo más estructurado, pero también más sostenible”.

“Los festivales, como los coches o la ropa, no están hechos para una minoría, sino para una mayoría. Lo que pasa es que, al intentar llegar a todos, se pierde ese valor y ese alma que recordamos. Todos tenemos el sentimiento de que se pierde algo, pero lo que se pierde en realidad es la juventud”, reflexiona. “No solo es la música: lo que echas de menos es a ti mismo en aquellos primeros Monegros”.


El festival siguió creciendo. Apostaron por el hip hop y trajeron a artistas como Snoop Dogg (por primera vez en España en 2007), 50 Cent u otros como Skrillex o David Guetta. El cartel se volvió caro y el festival poco rentable. El Florida 135 funcionaba bien y se complementaban, pero el esfuerzo era titánico. Mientras tanto, en Barcelona, la familia Arnau había creado Elrow. Como Monegros en sus inicios, tenía ese aire escondido y transgresor. Cuando lo llevaron a Ibiza, empezó a despegar. Tras dos años en Privilege, promotores de todo el mundo empezaron a interesarse. Arnau decidió que era el momento de dejar descansar Monegros y apostar por este nuevo formato con proyección internacional. “Monegros suponía mucho estrés. No era factible continuar así”.


La decisión tomada para el año 2015, explica Arnau, tuvo tanto de prudencia empresarial como de equilibrio personal. “Para mí es muy importante que la parte profesional no te coma la personal. Siempre pienso en cómo me va a afectar un proyecto a nivel familiar. Si no eres feliz, no puedes hacer feliz a los demás profesionalmente. Monegros siempre fue una celebración, y eso tiene que sentirse en quienes lo organizamos”.


Sobre elrow, reflexiona, fue el proyecto que más rápido ha funcionado. Cree que se debe a que fueron los primeros en abrir la electrónica a un público amplio. “Lo hacíamos de día, con color, mezclando lo de culto con lo hedonista. Era transgresor. En Monegros y la Florida el público era 70 % hombres y 30 % mujeres. Ahora está al 50-50. Eso es clave para que una escena se mantenga viva, diversa y en evolución”.

Querían volver en 2020, pero la pandemia lo retrasó hasta 2022. Esta vez, con Elrow ya integrado en el festival. Hoy, el Monegros ya no depende directamente de Juan Arnau. En producción está Joaquín Cabós, y la parte creativa la llevan sus hijos: Cruz y Juan. “Ellos son más creativos que yo. Han heredado esa intención de provocar, de transgredir y hacer cosas nuevas”.


Cada año intentan mezclar arte y música. Uno de sus puntos de inspiración es Art Basel Miami, donde contactan con artistas contemporáneos para diseñar escenografías completas: escenarios, juguetes, vestidos, atrezzo, incluso elementos aéreos. Todo producido en sus fábricas con materiales reciclados. “La historia es hacer bailar a la gente dentro de una obra de arte”. Cada vez hay más cosas en Monegros que no provienen del mundo del espectáculo, sino del arte contemporáneo. Y eso, dice, es el verdadero futuro del festival: una fusión total de cultura, vanguardia, comunidad y sostenibilidad.