Cuenta Juan Arnau en 'Bailar en el desierto' (Grijalbo, 2023) que ya su tatarabuelo Josepet soñaba con hacer bailar a la gente. Con esa idea en la cabeza, aquel hijo de campesinos de Fraga (Huesca) llegó a la capital, hatillo al hombro, para exprimir hasta la última gota de su vida nocturna. Hizo eso y más. “Madrid es una ciudad que no duerme nunca”, escribiría en sus memorias recordando los cabarets, salones de baile y partidas de cartas clandestinas. Él quería traer todo aquello a su pueblo. Corría el año 1880 cuando Josepet fundó el primer café de Fraga, al que puso su nombre.
Así comienza la historia de los Arnau, empresarios aragoneses siempre en primera fila del mundo de la noche. Cinco generaciones después de Josepet, sus herederos son pioneros indiscutibles de la música electrónica en España. Fundadores de la discoteca Florida 135 y del mítico festival de los Monegros –que este fin de semana celebra su 30º aniversario– actualmente recorren el mundo con las fiestas de elRow, capaces de aunar el desfase con el arte contemporáneo. Hoy los Arnau facturan entre 35 y 40 millones de euros al año. Pero no siempre fue así para esta familia, arruinada varias veces antes de llegar donde está.
“Mi padre murió con 85 años siendo el tío más moderno que he conocido en la vida”, recuerda Juan Arnau Durán, ahora biógrafo y narrador de esta saga familiar. Su progenitor, Juan Arnau Ibarz, falleció en 2012 habiéndose ganado el apodo de “abuelo del techno”. 'Bailar en el desierto', publicado en mayo de este año, es un libro que tiene mucho de homenaje. “De mi padre sacamos el tesón, la fuerza de voluntad para aguantar años a pérdidas sin llenar los aforos”, relata su autor.
La familia, que obtenía su capital principal de negocios agrícolas, no tuvo reparos en endeudarse varias veces a costa de traer a los mejores artistas a sus salas. “No queríamos que el negocio de la noche fuese rentable, queríamos que fuese el mejor”, sentencia Arnau. Esta idea guio los pasos de varias generaciones a lo largo de tres siglos, desde el primer gramófono adquirido a finales del siglo XIX –una “cosa de brujería” para los aldeanos de Fraga– hasta las macrofiestas de hoy.
Fue así cuando, en 1925, Antonio Durán y María Satorres, herederos del café Josepet, inauguraron el Cine Victoria con el estreno del momento: 'La Quimera Del Oro', de Charles Chaplin. Y fue así cuando, en 1962, Juan Arnau Cabases contrató a la orquesta de Xavier Cugat y contrajo por ello una gran deuda, falleciendo un día antes de la representación.
Los caminos de los Durán y de los Arnau se unieron en 1952, cuando los Durán Satorres –matrimonio formado por María, la que fue nieta de Josepet, y su marido Antonio– fusionaron su sala de cine Victoria con el Florida, otro próspero local de entretenimiento. Este último pertenecía a Juan Arnau Cabases y su esposa Francisca Ibarz, empresarios catalanes recientemente instalados en la zona, que en poco tiempo se había convertido en la principal competencia de los Durán.
La suya fue una alianza a la antigua; es decir, boda mediante. Aunque desaprobado en un principio por ambas familias, el romance entre Pilar Durán Satorres y Juan Arnau Ibarz terminó por poner fin a las hostilidades entre los dos clanes.
Fraga, epicentro de la música electrónica
En la década de los noventa el hijo de aquel matrimonio, Juan Arnau Durán y su mujer, María Cruz Lasierra, recorrían Europa en un Ford Sierra, en busca y captura de los mejores artistas de música electrónica del momento. Les guiaba el mismo espíritu que a sus antepasados. “En esa época corrimos delante de la policía en raves ilegales de Inglaterra, de Alemania, de Francia...”, recuerda Arnau.
“En Berlín, las cuadrillas de jóvenes con los pelos rojos iban repartiendo folletos que hablaban de gente que no conocíamos. Ahí encontramos a los Underground Resistance, a Jeff Mills, a Mike Banks... y vimos eso en primera persona: un nuevo lenguaje de la juventud, que al principio ni siquiera entendíamos”. Pero eso también se lo había enseñado su familia: si no lo entiendes, es que vas por buen camino.
No queríamos que el negocio de la noche fuese rentable, queríamos que fuese el mejor
Juan Arnau Durán, biógrafo de la familia
El Salón Florida de los Arnau se había convertido en la primera discoteca de la época, inaugurada en 1985 bajo el nombre de Florida 135. Su diseño emulaba un pedazo del Bronx de Nueva York, inspirado en la estética de películas como 'West Side Story' o 'Blade Runner'. Con toda la atención de la familia en la pista de baile, el negocio cine hacía tiempo que había quedado atrás. Y los Arnau, que ya habían asistido a la revolución del jazz, del foxtrot, del twist o del rock and roll, que habían visto cómo el salón de baile se transformaba en discoteca, eran ahora testigos e impulsores de un nuevo concepto de fiesta.
“Nosotros pasamos del rock and roll al house y al acid house, del house al tecno, del techno a la electrónica. Y de la discoteca al club, a los raves y a los raves ilegales”, recuerda Juan Arnau Durán. Si su padre y su madre habían levantado un templo al baile y a la fiesta, él y María Cruz abrieron sus puertas a un nuevo sonido. Y el broche de oro fue el festival de Monegros, una “verbena electrónica” nacida en 1994, y que este año espera congregar a 60.000 personas en el desierto aragonés. “Más que un festival, Monegros es la mejor definición de lo que significa ‘irse de fiesta’”, resume Arnau.
Pasamos del rock and roll al house y al acid house, del house al tecno, del techno a la electrónica. Y de la discoteca al club, a los raves y a los raves ilegales
Juan Arnau Durán
Sin embargo, el matrimonio se topó con una fuerte resistencia. “La electrónica siempre ha tenido un movimiento muy fuerte en contra, empezando por la industria discográfica del pop y del rock, que desde el principio quiso pararle los pies”, cuenta Arnau. También surgió un estigma en torno a cultura del techno y su relación con las drogas que Arnau considera injusta. “Vimos cómo la generación del ‘sexo, drogas y rock and roll’ demonizaba estas sustancias solo porque eran nuevas y no las conocían, cuando ellos consumían cosas que podían ser peores”. Aun así, en su fiesta ideal no habría nada de esto. “La labor del entretenedor es que la gente se lo pase bien sin necesidad de drogarse”, afirma.
En primera fila
En 2010, los hijos de Juan Arnau y María Cruz –Juan, también, y Cruz– crearon elRow, un concepto que nació como “sesiones dominicales ligeramente ilegales” (según relata su página web) y que se consolidaría como marca de referencia en Ibiza a lo largo de los siguientes años. Las fiestas de elRow, hoy exportadas a todo el mundo gracias a la participación del fondo de inversión Providence, son sesiones únicas con 100 o 200 personas donde “el protagonista es el público”.
Normalmente centradas en una temática, exagerada y caricaturizada al extremo, estas fiestas cuentan con la participación de artistas contemporáneos que diseñan el decorado, la escenografía y los vestuarios. Nombres como Okuda o Ron English ya han colaborado con la marca.
Este año, los Arnau calculan que facturarán “entre 35 y 40 millones de euros”. Ya jubilado y con el negocio en manos sus hijos, Juan Arnau Durán tiene tiempo para mirar atrás. En sus manos están los testimonios de sus antepasados; un legado que, si es cierto lo que dice en su libro –él asegura que es así– fue un regalo de su madre, Pilar Durán, durante una mala racha, para impedir que vendiera el festival de Monegros a una compañía extranjera.
Ella pensó que tal vez cambiaría de opinión si leía aquellas historias. No solo funcionó, sino que Juan Arnau decidió que haría público ese legado. Y surgió la novela. “Por primera vez se me dio la oportunidad de entretener al gran público no desde la pista de baile, sino desde un producto literario”, relata.
Si algo ha sabido transmitir 'Bailar en el desierto' es que la historia de los Arnau es al mismo tiempo muchas otras historias. La de la evolución de espectáculo y del baile en nuestro país; la de una juventud que se rebela contra lo que había; y la de una familia obsesionada con convertir a su pueblo en un referente del entretenimiento para el mundo entero. Lo resume su autor: “A los Arnau siempre nos ha gustado estar en primera fila. Estar en primera fila, viendo lo que pasa”.