Y aunque parezca poco creativo repetir, continúo sin encontrar una manera mejor de definir todo aquello que significa.
Y aunque parezca poco creativo repetir, continúo sin encontrar una manera mejor de definir todo aquello que significa. Porque que llueva en el desierto puede tener un impacto insignificante pero, a su vez, unas minuciosas gotas de agua -más de cincuenta mil en esta edición- pueden ser capaces de dar vida a la más árida de las tierras. Ojalá poder fluir y ayudar a hacer frente a las sequías que nos acechan.
Esta es una de esas reflexiones que no pueden hacerse en caliente, apenas unas horas después de lo acontecido. De esas que se cuecen a fuego lento, con calma y sin prisas. Porque si algo tiene el festival es que, a medida que pasan las horas y los días, diferentes detalles y flashes resucitan en tu mente como si el polvo todavía no hubiera abandonado tu cuerpo.
El pasado año creí haberlo dicho todo. Me equivocaba. Porque si algún “pero” se pudo sacar entonces, esta vez ha sido eficazmente solventado. Gracias, en parte, a la obsesión por corregirlos -“y que se vea”- del fragatino Joaquín Cabós, director de MDF que ha relatado vía Instagram (@joaquin_cabos) el día a día en el desierto. La virtud de transformar la debilidad en fortaleza. Además, “el 90 % de la producción lo hacemos empresas de la zona, no solo por accesibilidad, sino porque la gente cree y se ha criado con el festival”. Apenas se puede objetar a una peregrinación a zona despoblada cuyo impacto en el territorio es de más de 30 millones de euros tras una importante inversión de unos 7. “Un festival en casa y hecho por los de casa”. Poca broma. Y mucha honra.
Pudimos sentir el mundo más rural en los míticos escenarios de El Corral y El Pajar, confesarte en la Techno Cathedral, o volar en el Jet MDF e incluso llegar hasta la luna en The Moon. Siempre y cuando no te atrapen los tentáculos del pulpo de El Row. Todo acorde con el yermo paisaje del desierto. A esta gente se le va la olla. Sin pasar por alto los sonidos envolventes de una Amelie Lens desatada, el ya infalible Paco Osuna, los ansiados live de los raperos estadounidenses Wu-Tang Clan y la banda de drum and bass Pendulum, o el techno tan duro como creativo de Reinier Zonneveld, entre muchos otros. Una vez más y aunque parezca imposible, los Arnau se superaron. No cabe duda. Parte de culpa, según me comentan, también es de otro paisano, el director musical del festival, Víctor de la Serna. En él recae la única angustia que se puede sufrir en el desierto: la incapacidad de vivir todos los momentos del festival cayendo en la obligación de elegir artistas. Bendito problema.
Me reitero. Del mismo modo que Labordeta a golpe de albada e ilusión, los Arnau, a golpe de entretenimiento y creatividad, han contribuido a que la seña de identidad aragonesa continúe germinando. Su ‘Canto a la Libertad’ particular donde se huye de los prejuicios y se olvidan los problemas a base de confeti y escenarios tan majestuosos durante el día como psicodélicos de noche mediante luces hipnóticas. Nunca antes la pregunta “de dónde eres” había tenido tanto orgullo y significado. Música para nuestros oídos, y nunca mejor dicho.
Pero con permiso del resto de artistas, esta 30 edición de MDF pasará a los libros de historia aragoneses por un nombre propio. Porque decir Huesca es decir Pirineos, Monegros, Florida 135, pero también es decir Andrés Campo. El discjockey oscense cerró el festival manteniendo intacto su particular estilo, con un techno ‘bailongo’ tan estimulante como adictivo y una determinación envidiable. “He sido yo mismo y creo que he cumplido, con la tensión liberada de que todo fuera impecable. Siento el festival como si fuera parte mía”, comenta. El remate final fue la aparición estelar del aragonés Kase.O, quién entonó su albada particular acompañando los ritmos de Andrés. “Quería hacer algo especial y no había mejor forma que con el rapero más destacado que ha dado este país”, añade. Oscenses organizando un festival internacional en Huesca y clausurando con artistas aragoneses. “Más patrio imposible”.
En fin, por muy mezquino que pueda parecer, lo cierto es que ojalá pueda continuar titulando este artículo de la misma manera año a año. Un día menos para volver. Somos lluvia en el desierto. l