He aquí una tragedia nacional: cuatro millones de canelones consumió Catalunya por Sant Esteve.
La apoteosis de lo que aún llamamos canelón es otro éxito de la moda de lo tradicional
No me extraña que el público del concierto del Palau convirtiese una tradición burguesa de amigos y conocidos en fragores de revolución de octubre (la rusa). ¡A saber cuántos canelones per cápita llevaban!
Lo que hoy llamamos canelones no merece ese puesto indiscutible en una de las pocas mesas con enjundia del año. Salvo, claro, los contados hogares donde todavía quedan mujeres con paciencia y mano de santo, dispuestas a pasar toda la mañana del día 26 elaborando oleadas de canelones y una salsa bechamel que sepa a bechamel.
¿Cuántos de esos cuatro millones contenían paciencia, amor y buen producto? Supongo que pocos...
Excepto los elaborados por cuatro grandes cocineros, a menudo con trufa y precio top , la apoteosis del canelón es un triunfo de la comodidad, del espíritu de las franquicias y del pancismo, porque estamos ante una carne compacta y sin matices –incluso correosa–, envuelta en láminas de pasta industrial y rematada con una salsa blanquecina propia de menú de aerolínea.
Después del esplendor del día de Navidad –almuerzo de gran densidad culinaria y sentimental–, los canelones de tres al cuarto adquiridos a la buena de Dios y horneados en un instante sólo se explican desde una sacralización acrítica de las tradiciones –¿faltan muchas por recuperar?– que tanto gusta en Catalunya.
Viva el canelón de las cocineras que se inmolan; muera el canelón cuñadista, anodino y ventajista.
Uno aboga por un menú flexible el día 26 y no por el fomento de la modorra y el buche lleno. Que el canelón congelado o salido de establecimientos que nadie frecuenta el resto del año termine en una mesa de día grande tiene algo de misterio.
¿Desaparece Catalunya si liberalizamos el menú de Sant Esteve ahora que escasean las cocineras capaces de emocionar con un canelón que sólo existe en la memoria?
¡Yo me he liberado del canelón de Sant Esteve! Espinacas y aceite el día 26 tras una noche de juerga en el Row, recién salido de un reportaje de The New York Times que les deja por las nubes.
¡Menos canelones y más juerga!